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Rojo en mi pintura

Durante muchos años, evité el rojo. Lo percibía como demasiado fuerte, violento, casi doloroso. Parecía difícil de dominar, invasivo, incapaz de dar cabida a nada más.

Luego, lentamente, comencé a acercarme a él, eligiendo un tono que me resultaba más cercano: el magenta. El magenta tiene una dulzura diferente, una vibración que abre a infinitos matices. Al unirlo con el azul, sin mezclarlos por completo, surgen delicados tonos púrpura en el lienzo, como si ambos colores encontraran un equilibrio espontáneo.

También descubrí que el rojo, combinado con un color oscuro, añade intensidad y profundidad. Es como si tuviera el poder de resaltar la luz y la fuerza de la pintura.

Hoy ya no le temo: reconozco su importancia, su capacidad de dar vida y aliento a lo que pinto. Y así, el rojo, de un color que evitaba, se ha convertido en un valioso aliado en mi pintura.

 
 
 

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