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El cielo cambiante

Hay días en que miro hacia arriba y, al detenerme a observar, me doy cuenta de que el cielo no es el mismo que hace un momento. Cambia de forma, color e intensidad. A veces está despejado, otras veces atravesado por nubes ligeras que parecen correr, o por masas compactas y grises que se mueven lentamente. Está el amanecer que delicadamente anuncia el nuevo día, y el atardecer que lo cierra con tonos cálidos, como un abrazo.

Observar el cielo es un ejercicio que siempre me ha acompañado. No solo por su belleza, sino porque me recuerda que todo es transformación. Ese cambio constante se convierte en una invitación a no detenerse, a dejarse sorprender. Las nubes blancas, ligeras y suaves, o las más oscuras y densas, tienen la capacidad de hacer viajar mis pensamientos: a veces me pierdo en ellas, otras me dejo llevar sin resistencia.

Esta mirada hacia arriba también es fuente de inspiración. En mi trayectoria artística, encuentro en el cielo en constante cambio la misma necesidad de movimiento interior: el arte, como el cielo, nunca es el mismo, sino que evoluciona, se transforma y se renueva.

El cielo es un horizonte que no se puede poseer, solo contemplar. Quizás esa sea precisamente su fuerza: recordarme que mis pensamientos, como las nubes, pueden dispersarse para dar paso a nuevas formas, nuevos colores, nuevas visiones.

 
 
 

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